16 dic 2013

CHILE

Ayer se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, con la victoria, que se daba por descontada, de Michelle Bachelet. Me produce, desde luego, una sensación de alegría en un país que, con el tiempo, se ha convertido en mi segunda patria, después de tanto que me ha dado en mis sucesivos viajes, desde que fui por primera vez en 2007, de la mano de mi gran amigo Alfredo Sierra. Es verdad que la presidenta electa tiene una gran tarea por delante, en unos términos suficientemente descritos por los medios de comunicación. Como expresa Nicanor Parra en sus Antipoemas, “hay dos panes/Usted se come dos/Yo ninguno/Consumo promedio: un/pan por persona”. Más claramente, Eugenio Tironi –poco sospechoso de filo-comunista- dice en su Crónica de viaje Chile y la ruta a la felicidad que “es indispensable reducir progresivamente la pobreza y las desigualdades, pues ambas, pobreza e inequidad, son grandes fuentes de infelicidad”. Ése es el reto de una presidenta que ha renovado la clásica Concertación con la entrada de los comunistas. Una nueva generación, representada por Camila Vallejo, ha puesto de manifiesto los déficits insoportables del sistema educativo chileno, que Sebastián Piñera no ha podido resolver –pero tampoco Frei, ni Lagos, ni la propia Bachelet anteriormente, ni Aylwin-, a los que hay que sumar los de la sanidad pública y, en general, los que tienen que ver con todo lo que cabe entender como derechos sociales de ciudadanía, de los que la República es muy claramente deficitaria. Pero, al lado de este paradigma del liberalismo económico que ha sido Chile, existe un país moderno y admirable. Un sistema democrático en el que los derechos se respetan genuinamente, con un sistema normativo eficaz y efectivo. Un país que, en los últimos acontecimientos internacionales ha demostrado una autonomía de criterio que para sí quisieran muchos países europeos. Pero sobre todo un país que ha hecho cuentas con su pasado. En mi último viaje allá, el pasado septiembre, el presidente Piñera –tan de derechas él- dictó resolución de enviar a centros penitenciarios comunes a los militares cómplices del régimen de Pinochet. ¿Se imaginan ustedes una situación parecida en algún país europeo bien conocido? Casi simultáneamente, la Iglesia pedía perdón por su complicidad, al igual que lo hacían amplios sectores de la derecha cuyo silencio había sido cómplice –como cómplices habían sido connotados demócrata-cristianos por aquel entonces-, o sectores del ejército. Parece ser que Neruda no murió envenenado, sino de muerte natural, lo cual no me impedirá volver a emocionarme la próxima vez que regrese a Isla Negra. Y, por supuesto, los restos de Salvador Allende descansan en el cementerio general de Santiago de Chile, después de sus funerales de Estado en 1990. ¡Igualito que el último presidente de la IIª República española Juan Negrín! Claro que Chile tiene inmensos retos y grandes desigualdades. No se trata de ignorarlo. Pero también inmensos valores. La felicitación que ayer le dedicó Evelyn Matthei a Bachelet sería impensable en otros países, así como el reconocimiento de Bachelet a la labor de Piñera. Yo estoy seguro de que la nueva presidenta cohesionará algo más este país y que con ella mejorarán ciertos derechos civiles insuficientemente reconocidos. Está por ver cómo Bachelet aúna en su acción de gobierno a democristianos y a comunistas, pero seguro que con su carisma personal lo conseguirá, como consiguió tantas cosas en Naciones Unidas. Ahora me acuerdo, desde tan lejos, de la nieve en el cerro del Plomo, o del atardecer en San Pedro de Atacama contemplando el Licancabur, o del Turri en Valparaíso. O, por hacer un guiño a mis amigos, del estadio Santa Laura. De tantos sitios a los que volveré, sin duda.

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